miércoles, 17 de enero de 2007

Afortunada idea

La profesión periodística está cada vez peor valorada, interna y externamente. Las grandes corporaciones y empresas informativas creen que pueden jugar con la labor del periodista, manejar la información a su antojo. Por su parte, los ciudadanos han perdido la confianza en aquellos que trabajaban para informar a la comunidad.

Si echamos un vistazo a la programación de cualquier cadena, veremos que cada día es más fácil confundir información con otros géneros, que nada tienen que ver con ésta y que complican la percepción del mundo de la audiencia. La televisión es quizá la más afectada por esta tendencia, pero la radio y la prensa tampoco se salvan.

El periodista y empresario americano Walter Lippmann decía que “No puede haber libertad en una comunidad que carece de la información necesaria para detectar la mentira”. En mi opinión, los problemas profesionales de los periodistas están afectando a su relación con el ciudadano, y si pensamos cuanto hay de cierto en la afirmación de Lippman deberíamos empezar a preocuparnos.

La problemática que amenaza al Periodismo español es, en parte, consecuencia de la falta de regulación profesional, pero no razón única. Si todos hiciésemos lo que debemos hacer no harían falta tantas normativas oficiales.

Debido a la situación desesperada que vivimos profesionalmente, en principio me manifiesto a favor de la creación de un Estatuto del periodista. Ya quisiera yo que en España fuese posible imitar el modelo del Reino Unido, tan liberales ellos y tan bien avenidos. Pero la realidad es que ni tomamos el té a las cuatro ni nos entendemos con la autorregulación.

Eso sí, me niego en rotundo ha aceptar lo del Consejo Estatal de la Información. Regulación sí señores, pero institucionalizar el Periodismo no, por favor. La independencia que representa el periodista no puede depender de un equipo escogido por el Parlamento, ni financiarse con presupuestos del Estado ni obedecer a un poder político.

La idea del Consejo Estatal me parece tan disparatada que sólo se me ocurre que quien la planteó quería, a toda costa, que no se aprobara el Estatuto. Vamos, una estrategia a la inversa. Es que sino no me lo explico. Esperemos que el resto del Estatuto, o lo que se apruebe finalmente, sea más afortunado que esta idea.

En conclusión, como aún no hay solución, ahí queda mi opinión.

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