sábado, 20 de enero de 2007

Por amor al arte

No se si podrá aplicarse al Periodismo el apelativo de arte, pero que este oficio se desempeña por amor a la profesión no debería plantear ninguna duda.

Alguien podría decir que también cobramos, pero la dedicación que exige este trabajo no se paga con dinero. La recompensa principal que recibe el periodista es el aprecio de su trabajo, por su audiencia y por sus superiores.

Huelga decir que los salarios son precarios en comparación con las horas y el esfuerzo dedicado al trabajo. Incluso en ocasiones, el periodista pone dinero de su propio bolsillo para realizar algún artículo o reportaje.

Claro está que si nos fijamos en periodistas consagrados las nóminas se disparan. Algunos firman contratos millonarios, pero de esos hay pocos y tendríamos que pensar en cuantas horas han hecho antes de ser “creadores de opinión”.

La otra cara de la moneda son los periodistas en prácticas y becarios, que trabajan por un salario irrisorio o incluso gratis.

Somos jóvenes, aunque sobradamente preparados. Como decía un anuncio que, a principios de los noventa, etiquetaba a toda una generación con el acrónimo JASP.

En él aparece un joven que presenta un proyecto televisivo ante su jefe, quiere dirigir un programa. Su superior le dice, “Como decía Kant, hay cosas que para saberlas no es suficiente con haberlas aprendido”. El chico es enérgico, contestatario, con buena formación académica, habla dos idiomas y lleva varios años trabajando en la misma empresa de comunicación. Antes de marcharse del despacho, corrige al jefe “La cita es muy buena, pero no es de Kant, es de Séneca”.

Como en la realidad, ser tan JASP al chico no le sirve de nada. Se va en su coche con el guión de su programa y la música a otra parte.

Así está gran parte de la plantilla más joven del Periodismo. De becaría en becaría hasta que alguien aprecia lo que vales y te contrata, por un sueldo igualmente bajo al de tus compañeros, pero al menos con una situación laboral real.

Una profesión depreciada
Si por una parte la valoración interna de la profesión no es mala, a pesar de reconocer problemas económicos, de intrusismo, presiones empresariales, falta de estabilidad y la inexistencia legal de la profesión, entre otros obstáculos. Por otra, los problemas profesionales de los periodistas y sus consecuencias están afectando la relación con la ciudadanía.

El periodismo está entre las profesiones peor valoradas por los españoles, según recoge el último barómetro del CIS, publicado en junio de 2006. Pero ni la falta de aprecio ni las dificultades que comentábamos antes, provocan desamor por la profesión. Si en 2004 a penas un 16 por ciento de los periodistas cambiaría de trabajo, en 2005 ninguno quería cambiar de profesión, según confirma el Informe anual de la Profesión Periodística, realizado por la Asociación de la Prensa de Madrid. Resumiendo, aguantamos por amor al arte.

jueves, 18 de enero de 2007

Creyente, pero atrofiado

Por si el relativismo no nos hubiese quitado ya bastantes certezas, también el periodismo de los nuevos tiempos se embebe del aura nihilista, y debilita la metodología de verificación.

Parecía ser lo único que nos quedaba a los periodistas, un método. Ya no era válido el movimiento realista, ni su pirámide invertida. Tampoco podíamos decir que éramos objetivos, pues todo punto de vista es relativo. Por tanto la única forma de acercarnos a la objetividad era el método de verificación que utilizamos. Racionalismo, señores.

Sin embargo, no sin razón, los autores Bill Kovach y Tom Rosenstiel (Los elementos del periodismo. Ediciones El País, 2003) dicen que la cultura de la prensa moderna debilita la metodología de verificación. Las tecnologías como Internet o las bases de datos tienen parte de culpa, pues permiten acceder fácilmente a noticias y declaraciones sin que los periodistas tengan que llevar a cabo su propia investigación.

Nos estamos atrofiando, perdemos el olfato antes de ser viejos sabuesos. Ahora lo de que la metodología funciona para ser objetivos también es relativo.

En un intento por recobrar la vieja escuela, los autores insisten en la disciplina de verificación y, por si alguien no entiende que quiere decir el concepto, dan una serie de consejos para ponerla en práctica:

  • Nunca añadas nada que no esté
  • Nunca engañes al lector
  • Se transparente sobre tus métodos y motivos, con el lector y con tus fuentes
  • Confía en tus propias investigaciones, sólo así serás original
  • Haz profesión de humildad

Variopintos mediáticos
Lo de humildad debería subrayarse. ¡Qué interés el de algunos periodistas el de convertirse en figuras mediáticas y qué vicio el del público que, cuando se apaga una estrella, enseguida piden que enchufen otra!

Periodista, sustantivo no siempre atribuible como sinónimo de profesional de la información. Por tanto periodista relativo, pero sin método que lo arregle.

Estos nuevos mediáticos (mediáticos sin nada delante porque son muy variopintos), nos inundan con su interpretación opinativa y desprestigian la información haciendo pasar por hechos reales lo que es ficción.

A veces los pseudoperiodistas – los que no captan la idea de verificación ni poniéndoselo en el telepronter,– son quienes gustan de este estilo. Aunque en la mayoría de los casos son los empresarios, productores o las cadenas las que eligen las marionetas y montan el teatrillo. Que dándolas cuerda, con dos gritos tienen programa y audiencia.

Los que aún somos creyentes, creyentes en la profesión periodística quiero decir, haremos acto de contrición por las veces que nos hemos saltado el proceso de verificación por las prisas y por la comodidad del “todo al alcance de un clic de ratón”.

La penitencia será leve, pues se presupone no ha habido intención de dolo, con ajustarse a algún método de verificación de aquí en adelante basta.

Post Scriptum: El propósito de enmienda no debe ser exclusivo de reporteros y plumillas. Los editores tienen la responsabilidad de predicar con el ejemplo. Si no, no hay credo que valga.

Anexo a "Creyente, pero atrofiado"

Creyente, pero atrofiado

Sugerencias afines a la verificación, para recopilar y redactar noticias (KOVACH, Bill y ROSENSTIEL, Tom. Los elementos del periodismo. Ed. El Pais, 2003):

1. Edición escéptica o “edición fiscalizada”. Hay que valorar una noticia frase por frase, declaración por declaración, editando tanto interpretaciones como hechos. Más que añadir, se acaban quitando los datos que no se pueden contrastar con absoluta fidelidad. Con este sistema se puede cuestionar un artículo sin cuestionar la integridad del reportero.

2. Test de veracidad. El artículo debe responder a las siguientes preguntas:

  • Tiene suficientes apoyos la base de la historia???
  • Se han verificado números de teléfono, señas o direcciones de Internet, nombres y tratamientos que aparecen???
  • El material de apoyo ofrecido es necesario para comprender la noticia o superfluo???
  • Se han identificado todos los protagonistas de la historia, nos hemos puesto en contacto con ellos, se les ha dado a todos la oportunidad de hablar???
  • Se inclina la noticia por alguna de las partes o hace juicios de valor???
  • Falta algo???
  • Son exactas las declaraciones entrecomilladas, su atribución es correcta, captan lo que la fuente quería expresar???

3. No dar nada por sentado. Un profesor de periodismo utiliza casos de los internos del corredor de la muerte para enseñar a sus alumnos. Los usa para concluir que no hay que fiarse de funcionarios, empleados del gobierno, artículos o resúmenes de prensa. Dice que hay que acercarse todo lo posible a las fuentes originales, ser sistemático y corroborar los datos.

4. El lápiz rojo. Coge una copia impresa y repasa su historia frase a frase. Con un lápiz rojo pon una marca en cada dato y declaración, comprueba que todos han sido verificados.

5. Fuentes anónimas. Mantenerse escéptico ante ellas. Hay que describirlas con el mayor detalle posible, para que el lector pueda decidir por sí mismo si confía en ella o no.
Lelyveld, director ejecutivo del New York Times exige dos preguntas antes de hacer uso de una fuente anónima: ¿Qué conocimiento directo tiene la fuente del caso? ¿Qué motivo puede tener para engañarnos o confundirnos, para intentar alterar nuestra percepción de la noticia? Por supuesto, hay que describir al máximo la fuente a los lectores, para que puedan juzgar por sí mismos.
Howell, del grupo de prensa Newhouse, apoya lo anterior y suma dos afirmaciones: Nunca te apoyes en una fuente anónima para ofrecer la opinión de una persona (las opiniones con nombre y apellidos) y no uses una fuente anónima en la primera cita directa de una noticia.

miércoles, 17 de enero de 2007

Afortunada idea

La profesión periodística está cada vez peor valorada, interna y externamente. Las grandes corporaciones y empresas informativas creen que pueden jugar con la labor del periodista, manejar la información a su antojo. Por su parte, los ciudadanos han perdido la confianza en aquellos que trabajaban para informar a la comunidad.

Si echamos un vistazo a la programación de cualquier cadena, veremos que cada día es más fácil confundir información con otros géneros, que nada tienen que ver con ésta y que complican la percepción del mundo de la audiencia. La televisión es quizá la más afectada por esta tendencia, pero la radio y la prensa tampoco se salvan.

El periodista y empresario americano Walter Lippmann decía que “No puede haber libertad en una comunidad que carece de la información necesaria para detectar la mentira”. En mi opinión, los problemas profesionales de los periodistas están afectando a su relación con el ciudadano, y si pensamos cuanto hay de cierto en la afirmación de Lippman deberíamos empezar a preocuparnos.

La problemática que amenaza al Periodismo español es, en parte, consecuencia de la falta de regulación profesional, pero no razón única. Si todos hiciésemos lo que debemos hacer no harían falta tantas normativas oficiales.

Debido a la situación desesperada que vivimos profesionalmente, en principio me manifiesto a favor de la creación de un Estatuto del periodista. Ya quisiera yo que en España fuese posible imitar el modelo del Reino Unido, tan liberales ellos y tan bien avenidos. Pero la realidad es que ni tomamos el té a las cuatro ni nos entendemos con la autorregulación.

Eso sí, me niego en rotundo ha aceptar lo del Consejo Estatal de la Información. Regulación sí señores, pero institucionalizar el Periodismo no, por favor. La independencia que representa el periodista no puede depender de un equipo escogido por el Parlamento, ni financiarse con presupuestos del Estado ni obedecer a un poder político.

La idea del Consejo Estatal me parece tan disparatada que sólo se me ocurre que quien la planteó quería, a toda costa, que no se aprobara el Estatuto. Vamos, una estrategia a la inversa. Es que sino no me lo explico. Esperemos que el resto del Estatuto, o lo que se apruebe finalmente, sea más afortunado que esta idea.

En conclusión, como aún no hay solución, ahí queda mi opinión.

martes, 16 de enero de 2007

El Estatuto, aquí y ahora

Las grandes discrepancias acerca de lo que se debería regular y lo que no, entre los principales representantes de la profesión periodística (Sindicatos, FAPE y APM), me molestan casi tanto como la situación actual.

Que el periodismo no vive su mejor época es evidente, no hace falta que lo diga el periódico El País (23/10/2005) y se desmarque del asunto. Por si esto no fuera poco, la falta de unidad dificulta aún más la situación.

Por el periodista no se hace nada, en términos legales, desde que la Constitución Española reconoció la libertad de expresión, e indirectamente la profesión periodística amparando el secreto profesional y la cláusula de conciencia. Y eso fue en 1978.

Coincido con la Federación de Sindicatos de Periodistas (FeSP) en que hace falta una normativa, como el Estatuto, que atienda las necesidades legales del gremio de periodistas y en que el asunto ya se ha postergado lo suficiente. Por otra parte la FAPE también tiene razón al subrayar que una regulación demasiado ajustada desnaturalizaría la profesión.

En mi opinión se hace necesario un texto que obligue a cumplir con ciertas exigencias profesionales. Por ejemplo, la titulación como algo obligatorio frenaría la ola de intrusismo que nos ahoga, la concreción de derechos y deberes regula asuntos sabidos, pero el que se recoja en un Estatuto aportaría seguridad y obligaría cumplimiento. Otro aspecto significativo es la necesidad de los Comités de Redacción, la experiencia parece positiva en los medios que ya cuentan con uno, por lo que regular su constitución como necesaria sólo puede traer beneficios.

No podemos dejarlo todo a la autorregulación, porque está probado que aquí y ahora no funciona, no sirve para hacer frente a la problemática actual del Periodismo en España.

La propuesta de Estatuto del periodista realizada en 2004 debe someterse a revisión, aunque sea fuera de tiempo hay que buscar la forma de enmendar algunos aspectos. No es necesario modificar el texto completo. Creo que después de todo lo que han hablado unos y otros, ya queda claro que quitando un par de cositas, como el Consejo de la Información, y matizando algunos aspectos se puede llegar a un acuerdo.

La cuestión es que se dejen de discutir y normalicen la profesión para que todos sepamos a que atenernos.

lunes, 15 de enero de 2007

El Cortafuegos

Uno de los aspectos más representativos de la democracia es la separación de poderes. Quizá por la estrecha relación que existe entre periodismo y democracia, a un profesional del oficio se le ocurrió que debía existir un cortafuegos entre Información y Administración.

Lo que en principio parece una gran idea, resulta una torpeza si no existe un tercer poder que vigile el equilibrio entre la redacción y la administración. Y así estamos en la profesión, balanceándonos de un lado a otro, sin llegar a un acuerdo sobre quien debería ser ese tercer ojo vigilante.

Hasta que surja una voz unánime, algunos se dedican a crear sus propias teorías. El libro Los elementos del periodismo apunta unos compromisos básicos que pueden proteger la relación entre el periodista y el ciudadano, en su relación triangular con la empresa.

  1. Contratar directivos que pongan al ciudadano en primer lugar y compartan la misión del periodista.
  2. Establecer conceptos básicos internos claros. Es decir, que periodistas y administrativos comprendan y valoren el papel desempeñado por el otro.
  3. Los periodistas tiene la última palabra sobre las noticias. No la junta de accionistas de la corporación empresarial.
  4. Comunicar unos principios editoriales explícitos. Dejar claro cómo funciona un medio de comunicación. Además, de hacer hincapié en el servicio a los ciudadanos y no en la cuenta de resultados.
  5. Es el propietario/empresa quien debe comprometerse con el ciudadano y con los valores de la profesión. En la actualidad, el reto es conservar la independencia donde impera la cultura empresarial. Para preservar los valores del periodismo en la era de las grandes empresas el Herald Tribune ofrece cuatro sugerencias:
  • Que el director general o consejero-delegado, se reúnan anualmente con sus homólogos de otras corporaciones y valoren la salud periodística de sus empresas.
  • Que un miembro de la junta directiva sea el responsable de proteger la independencia de los medios informativos.
  • Que se realice una auditoría de la independencia de la función informativa.
  • Que se cree un consejo independiente que analice, promueva y defienda la independencia de la prensa.

Sin un vínculo claro de contacto entre información y administración, el cortafuegos no protege nada. Ambas partes deben ser independientes sin ser individualistas. Al fin y al cabo, la empresa informativa se debe su audiencia y esto es lo que defiende el periodista.

No todo está en venta

Bill Kovach y Tom Rosenstiel (Los elementos del periodismo. Ediciones El País, 2003) mantienen que “más que vender contenido a los clientes, los periodistas construyen una relación con su lectores, oyentes o espectadores basada en sus valores, en sus juicios, autoridad, valor, profesionalidad y compromiso con la comunidad”.

Como consecuencia de esta entrega mutua, los periodistas establecen un vínculo con el ciudadano, que la empresa informativa alquila luego a sus anunciantes”. Por ello, el periódico es el único producto que se vende dos veces. Además, es el único servicio que se compra sin saber que contiene. El ciudadano que adquiere información, lo hace con una confianza ciega en el periodista y por ello no necesita saber que compra a priori.

Por todo ello, la relación que el periodismo tiene con sus clientes es muy diferente a la de cualquier otra empresa. Es una relación triangular, en la que el lector no es un cliente que compra bienes o servicios, mientras que el anunciante sí lo es.

Ni la profesión ni la empresa deberían olvidar jamás este último aspecto. La lealtad no está en venta. El periodismo se debe a su audiencia porque sin lectores, sin oyentes, sin televidentes o navegantes la misión del periodista tendría poco o ningún sentido.

Arma de lucha

Sobre la investigación de Lowel Bergman, en el caso que recoge la película El Dilema (The Insider, 1999), he de decir que me parece asombroso ver que puede obtener tanta información y de tan buena calidad contando con tan pocas fuentes.

Un misterioso dossier, un experto que se convierte en fuente principal del caso, una serie de personas que también están en la liga anti-tabaco y que plantean una demanda estatal a las tabacaleras… ¡Cuánta casualidad! ¿Con quién contrasta Lowel Bergman esta información? Se me escapan las respuestas.

Una vez más, la reacción agresiva de quien es puesto en evidencia – en este caso las tabacaleras – aporta más información que el propio diálogo. Sin embargo, aún me quedan dudas sobre el anonimato del primer envío de información, así como de la coincidencia en la contratación de Jeffrey Wigand como fuente experta.

Poder de veto
En mi opinión, el gran éxito de Lowell Bergman no fue la investigación en si, sino la defensa que mantuvo ante de su programa y su fuente. Su actitud –y sus contactos en el Wall Street Journal– pusieron en evidencia a la CBS por ceder ante presiones empresariales y practicar la autocensura. El productor/periodista se reveló ante el poder empresarial de veto.

No en vano, el New York Times se hacía eco del caso y publicaba un editorial titulado “Autocensura en la CBS” (13/11/1995), en el que explicaba que la ejecutiva de la corporación de la que forma parte la cadena televisiva, se había inmiscuido hasta tal punto en los informativos que anteponían los asuntos económicos al servicio público.

La CBS no dio más disculpa que un modesto texto (04/02/1996), leído antes de emitir el programa de Bergman, en el que se justificaba aludiendo a impedimentos legales. Es muy lógico que Lowell Bergman sintiera tal vergüenza que decidiese dimitir.

A pesar de haber sido puesto en la lista negra de algunos medios, Bergman ha podido seguir dedicándose al periodismo, probablemente gracias a su fama de incorruptible. El caso de la tabacalera y su defensa acérrima de principio de lealtad al ciudadano, así como el compromiso que mantuvo con su fuente, le valieron mayor reconocimiento del que pudo imaginar.

Además, el hecho de que el caso fuese llevado al cine le ha convertido en una “pequeña celebridad”, como dice él en una entrevista concedida a la publicación on-line JournalismJobs.com. Por otra parte, el haberse convertido en un ejemplo público le da mayor libertad para criticar la tendencia corporativista, que en la actualidad arrasa en los medios.

Hoy Bergman puede decir, sin miedo a censura alguna, que el contenido informativo esta influenciado por el punto de vista corporativo, que los medios ya no se preocupan sólo de la audiencia sino también de los beneficios.

Sólo necesitan emitir cosas que parezcan reales y llamarlas noticias […] Las palabras periodismo de investigación no significan lo que solía significar”, dice Bergman en la misma entrevista, recordando los tiempos del Watergate, a principios de los 70’.

Esta historia se destapó a mediados de los 90’ y, por desgracia, las cosas no han ido a mejor. El corporativismo y los intereses empresariales ahogan cada día más la profesión periodística.

Por suerte, a mi parecer si alguien grita puede que oigan su voz, aunque sea desde la modestia de un blog.

Mascarada empresarial

60 Minutos ha sido históricamente una de las producciones que han dado prestigio al periodismo audiovisual norte americano, y la CBS presumía de ello.

Este programa de actualidad informativa se hizo famoso tanto por su trabajo en temas candentes y delicados, como por sus excepcionales invitados y su independencia. Sin embargo, fue la misma CBS la que dio al traste con el prestigio ganado durante años por los periodistas que hacían el programa.

Esa bandera de autonomía cayó como una máscara, cuándo desde la Ejecutiva dieron orden de censura a un polémico programa sobre las tabacaleras (véase Caso Lowell Bergman y Jeffrey Wigand). La excusa era que la CBS no podría hacer frente a una posible demanda por parte de la industria tabacalera.

La realidad era que alguno de los ejecutivos de la CBS tenía participaciones en la industria tabaquera. Además, la cadena estaba apunto de ser comprada por la Westinghouse y cambiaría su configuración empresarial.

La emisión del documental sobre las tabacaleras ponía en riesgo las negociaciones de venta, por lo que la Ejecutiva dio prioridad a los intereses económicos frente al deber de la cadena como servició público.

Costes empresariales
La CBS evolucionó, - o mejor dicho involucionó -, de medio de comunicación a grupo multimedia y derivó en un apéndice de una gran corporación empresarial, en la que las empresas de información no son más que un valor cualquiera de la cuenta de resultados. La redacción no supo hacer frente al poder empresarial, les frenó el miedo a perder el trabajo, a perder el programa si decían la verdad.

Ir en contra de los intereses empresariales de la Ejecutiva tenía un coste muy alto para la redacción de la CBS. Sin embargo, no apreciaron que ir en contra de los intereses del público tiene un coste mucho mayor e irrecuperable. Aquellos que aceptaron someterse a la autocensura impuesta por la CBS pagaron con la pérdida del prestigio de años de profesión. Quien fue fiel a la verdad y leal al público no podría alcanzar mayor gloria que la de seguir siendo Periodista.

martes, 9 de enero de 2007

Mutación de una fuente

Jeffrey Wigand, antiguo ejecutivo de la compañía tabacalera Brown & Williamson, es la fuente más relevante que aparece en el caso censura al programa 60 Minutos de la CBS. Su importancia como fuente radica en su complejidad, pues sufre una evolución determinante en el caso.

En principio Jeffrey Wigand aparece como una fuente anónima, alguien que sin revelar su identidad, envía unos documentos al periodista Lowell Bergman, esperando que esto sea suficiente para destapar la noticia.

De alguna forma, el periodista acaba contactando con Wigand, pero le requiere como fuente experta, ya que es un científico que ha trabajado en el negocio de las tabacaleras y podría ayudarle a interpretar la fuente documental. El comportamiento del científico le hace sospechoso, y el periodista piensa que ha sido él quien ha suministrado la información. Bergman indaga y presiona a Wigand hasta que reconoce que él le envió los papeles. Entonces Wigand pasa a convertirse en una fuente confidencial, ya que reconoce los hechos pero quiere mantener su identidad oculta.

Sin embargo, la dinámica de la situación le lleva a hacer pública su identidad. Así es como Wigand concede la polémica entrevista que fue objeto de autocensura en la CBS. La revelación de esta información no se hace pública hasta que Wigand es llamado a declarar en un tribunal, donde su testimonio, como antiguo trabajador, es crucial para acusar a la tabacalera.

Intereses diversos
Wigand evoluciona como fuente en un delicado proceso. Hay momentos en los que su situación como informador cambia por interés personal, como cuando la compañía tabacalera le presiona diciendo que podría perder el acuerdo económico firmado tras su despido. Sin embargo, hay otros en los que la fuente parece suministrar información en pro de un interés general, como si lo considerase su deber como científico, por ejemplo en su declaración ante el juez, que fue fundamental en la demanda que el Estado de Minnesota interpuso contra las tabacaleras.

Por otra parte, Lowell Bergman, productor de 60 Minutos, también acaba mutando de periodista a fuente informativa. Cuando se da cuenta de que no puede evitar la reedición y censura de su programa de ningún modo, decide contar a varios periodistas de otros medios de lo que esta ocurriendo.

Como consecuencia, la CBS sufre duras críticas por dejar de lado un asunto de interés general y practicar la autocensura, cediendo a presiones económicas y empresariales. Esta presión mediática obliga a la CBS a emitir finalmente el reportaje realizado por Bergman.

viernes, 5 de enero de 2007

La verdad. Mi principio, mi final

En el ejercicio de su profesión, el periodista asume una tarea prácticamente imposible: su primera obligación es la verdad. Es un compromiso que hace por amor a su trabajo y con la mejor intención, aún sabiendo que le será imposible cumplirlo.

Quizá esta premisa periodística no nazca con la pretensión de ser cumplida, sino con la intención de que la búsqueda no cese. Es un compromiso que tiene que ver con la honradez. El público quiere un comunicador honesto, que apueste por una información clara y luche por conseguirla.

La audiencia perdona que las noticias no se ajusten estrictamente a la verdad, cuando el periodista es honrado y se esfuerza en su trabajo. El público, experto en noticias, entiende que hay tantas verdades como personas. Por ello, perdona la falta de exactitud, aunque no perdona la mentira.

Las posibilidades de la verdad
No se puede ser objetivo, porque hay tantas verdades como puntos de vista, pero sí se puede buscar exactitud e imparcialidad y así llegar, de algún modo, a la verdad.

Los expertos en mercadotecnia deberían estudiar las posibilidades de la verdad como gancho para atraer audiencia. Este compromiso, que es uno de los elementos básicos del periodismo, es un reclamo mucho más atractivo y barato que las campañas promocionales actuales.

Lectores, radioyentes, telespectadores e internautas están cansados de esa tendencia expansiva donde la sensación de realismo está por encima del compromiso con la propia verdad.

Apostemos por un giro, una vuelta a los orígenes del periodismo sabiendo todo lo que sabemos ahora. No renunciemos a nuestros principios, ni a los de nuestra profesión.

miércoles, 3 de enero de 2007

El Watergate español

El caso Watergate simboliza el punto de máximo esplendor del periodismo de investigación, por ello es lógico que se escoja como ejemplo en las clases de Periodismo.

En España siempre miramos al vecino para ver lo bien que se hacen las cosas. Mientras, aquí tenemos casos mucho más interesantes, por los que pasamos de puntillas o quedan relegados al olvido en el temario periodístico.

GAL. Un caso lleno de intrigas, escuchas ilegales, fondos reservados e intentos de asesinato a periodistas, en el que se ven implicados grupos paramilitares, terroristas y el gobierno español durante los años 80’.

El director de Diario16 fue despedido, así como sus colaboradores, por llevar a cabo investigaciones sobre el caso. Sin embargo, los periodistas consiguieron crear en un tiempo record otro periódico, El Mundo del siglo XXI, que finalmente destapó el escándalo al público.

De momento, ya han llevado el asunto al cine (El Lobo, 2004, centrada en los antecedentes históricos y políticos, y GAL, 2006, que cuenta la investigación periodística). El cine siempre ayuda a popularizar las historias.

Sin embargo, las dos películas españolas no parecen haber pegado tan fuerte como la americana sobre el caso Watergate (All the President’s Men,1976). Esto me hace preguntarme qué hubiese sido del Watergate sin el proyecto de Robert Redford o si se hubiese dado otro enfoque a la historia, que no convirtiera a los periodistas en estrellas.

¿No os parece que ya es hora de que aprendamos a vendernos mejor?

Marcha atrás con el ‘run – run’

No es fácil descubrir ‘Watergates’ hoy en día. No creo que el mundo se haya vuelto un lugar libre de corrupción política, no hay recursos ni dedicación para el periodismo de investigación.

Alguien dijo una vez que el periodismo de investigación era simplemente periodismo bien hecho. Y no pretendo decir que ya no exista el buen periodismo, pero sí que las presiones lo están asfixiando. Sea por falta de medios, de tiempo, por influencias externas o internas, por falta de rigurosidad, por falta de confianza (de las fuentes en la prensa)… Sea por lo que sea, el tipo de periodismo que practicaban Woodward y Bernstein ya no se encuentra.

Parece que estemos volviendo a la prehistoria de la metodología de investigación, cuando a los informadores se les apodaba “muckrakers(recogedores de basura), por su habilidad para airear los trapos sucios. Entonces, eran pocos los periódicos de calidad que querían publicar sus reportajes, porque tenían fama de interesarse por asuntos poco serios – generalmente líos de faldas de políticos –. Aunque tampoco hay que olvidar, que algunos destacaron por trabajos más serios como el escritor Upton Sinclair.

Si por algo hicieron historia Woodward y Bernstein, – aparte de por destapar un escándalo que provocó la dimisión de Nixon –, es por extremar el rigor en su investigación y por proteger a sus fuentes. Hasta entonces, se consideraba suficiente el contrastar cada dato con una fuente independiente, ellos aumentaron el grado de verificación hasta dos fuentes independientes. Además, ninguna información se dio por válida hasta verificarla con un documento escrito.

Cambio en la balanza
Hoy en día la falta de rigor periodístico ha hecho que la información pierda puntos cuando entran en colisión la libertad de expresión y el derecho a la intimidad. Son cada vez más las sentencias del Tribunal Supremo que se decantan por proteger los derechos individuales. Hace algunos años no había duda de que el derecho a la información se ejercía en beneficio del colectivo de ciudadanos y por ello era prioritario frente a otros, también fundamentales pero de carácter individual.

Sin embargo, el vuelco de información basura que hace la prensa amarillista (véase también “del corazón”) está inclinando la balanza hacia el lado de las libertades individuales.

¡Ni a los muertos dejan ya en paz! Alguien podría explicar a estos sensacionalistas que los motivos por los que Lola Flores enseño las tetas en interviú no son de interés general, y que, haciendo público un contrato con una cláusula de confidencialidad, están vulnerando el derecho a la privacidad. Esto lo digo por poner un ejemplo.

Imparcialidad, trabajo duro, disponibilidad de fuentes, perseverancia, ideales, respaldo de la profesión. Viendo el panorama del periodismo actual todo eso parece perdido.

Por favor, señores periodistas – con o sin carné de prensa – paren ustedes de emitir ese “run- run” de rumores, que se convierte en noticia sin respaldo ninguno. ¡Qué me está dando dolor de cabeza!

martes, 2 de enero de 2007

Nosotros aguantamos

“¡Todos a una, como en Fuenteovejuna!” Podría haber sido perfectamente el lema del Washington Post durante el caso Watergate.

Como si del pueblo Cordobés retratado por Lope de Vega se tratase, la redacción del rotativo, encabezada por Bob Woodward y Carl Bernstein, se enfrenta al Comendador Nixon (en realidad presidente de los Estados Unidos) para hacer justicia.

Les impulsa los viejos ideales de la profesión y el propósito principal del periodismo: proporcionar a los ciudadanos la información que necesitan para ser libres y capaces de gobernarse a sí mismos.

Si bien es cierto que la organización de la redacción del Washington Post respeta una jerarquía piramidal (Woodward, Bernstein y otros redactores en la base, un jefe de sección, un redactor jefe, un editor, un director adjunto y una dueña del periódico), también lo es que los periodistas tienen una cierta libertad a la hora de manejar sus noticias y se mantiene un tono dialogante.

Dicen los protagonistas de la historia que la película All the President’s Men ( Alan J. Pakula, 1976) refleja perfectamente el ambiente que se respiraba en el Post durante el tiempo que duró el escándalo Watergate. Confianza, diálogo y recursos humanos son las palabras que yo destacaría para describir el contexto que acompaño el trabajo de Woodward y Bernstein.

Recursos humanos, porque al principio son varios los periodistas que trabajan en una sola información. Más tarde, cuando las expectativas de encontrar una verdadera noticia descienden, sólo Woodward y Bernstein siguen con la investigación. Su dedicación es fundamental en los resultados.

La redacción contó con el imprescindible apoyo de la dirección, durante los dos años que transcurrieron desde la primera noticia hasta que Nixon se vio obligado a dimitir. Continuaron investigando bajo presión, incluso amenaza de muerte. Eso fue posible gracias a una confianza mutua. “Hay que apoyar a los chicos”, dice el jefe de sección, durante un comité de redacción en el que se valoraban los riesgos de continuar con la historia.

Ayer y hoy
El Washington Post llegó a ser acusado públicamente de emprender una campaña “revanchista” contra los republicanos. Las críticas les llovían incluso desde otros medios de comunicación. Durante algún tiempo, tuvieron que oír comentarios del tipo “Ustedes, amigos, nunca hubieran ido tras Kennedy si él hubiera estado involucrado en el caso Watergate”, cuenta en su biografía el entonces editor del periódico, Ben Bradlee. Pero siguieron adelante, porque confiaban en lo que hacían.

Casi al final de la película, el personaje de Bradlee dice unas frases, quizá buscadas para la dramatización, pero que describen muy bien el carácter de la profesión periodística “Nos fríen por todas partes, pero nosotros aguantamos y respondemos, porque está en juego la libertad de prensa y quizá el futuro del país”.

En la actualidad, parece imposible vivir una situación similar. Hoy la empresa periodística es empresa más que nunca. Con los mínimos recursos humanos y una media de tres noticias al día por periodista, con limitaciones al diálogo – el que tus anunciantes te permitan – y empresas que sólo atienden a la cuenta de resultados.

Podemos decir que los tiempos en que tu jefe era un periodista pasaron a mejor vida. Nos quedan películas como All the President’s Men, que nos harán soñar con una redacción como la que un día tuvo el Washington Post.

lunes, 1 de enero de 2007

Cadena de fuentes

La observación y la información facilitada por las fuentes son las claves del periodismo de investigación. Ninguna fuente carece de importancia, todas aportan información, incluso las que callan.

Bob Woodward y Carl Bernstein son dos periodistas del Washington Post que, tras una ardua labor de investigación y el seguimiento de una larga cadena de fuentes, destapan el escándalo Watergate. Algo que comenzó siendo una pequeña noticia sobre un asalto a la sede nacional del Partido Demócrata acabó con la dimisión del presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon.

Woodward y Bernstein hacen uso de todas las fuentes que tienen a su alcance para conseguir pistas, contrastar datos y confirmar informaciones, con la intención de respaldar sus teorías y poder publicar sus artículos. Esto se llama periodismo de investigación.

Policías locales, agentes federales, la Casa Blanca, otros periodistas, documentos, varias secretarías, amistades de diversa índole, e incluso un confidente anónimo. Son las fuentes que sirven a los dos reporteros para respaldar sus informaciones. Sin contactos un periodista no es nada.

En el caso Watergate, el silencio y la actitud misteriosa y desesperada de algunas fuentes confirman la sospecha de que se oculta algo grave. También hay otras fuentes de crucial importancia que, aún sin acceder a hacer pública su identidad, aportan datos tan contundentes que son capaces de dar empuje a una investigación que parecía estancada. Este fue el caso de Garganta Profunda.

Lo que dicen, lo que callan
Los dos periodistas trabajaron en profundidad con las fuentes que manejaban. Muchas veces tuvieron que contrastar los hechos y cotejar las informaciones, hasta que éstas tuviesen el peso suficiente para respaldar la historia. Su editor, Benjamín Bradlee, les decía “No me interesa lo que imagines. Me interesa lo que sabes”.

No deja de ser sorprendente que, después de seguir un protocolo de confirmación tan estricto, Woodward y Bernstein no se plantearan si existía una motivación oculta en sus fuentes. Con una historia tan atractiva, compleja, competitiva y dinámica como el caso Watergate, no había tiempo ni ganas de reflexionar sobre los motivos de nuestras fuentes. Lo importante era si podíamos contrastar la información y si resultaba cierta, decía el propio Woodward. Este aspecto resulta especialmente crítico en relación a Garganta Profunda, su fuente confidencial.

Treinta y tres años después, Mark Felt, segundo mando del FBI durante el Watergate, se identificaba a sí mismo como la fuente secreta del caso en una entrevista concedida a Vanity Fair. Este hecho era confirmado días más tarde por el Washington Post.

Si esto se hubiese sabido entonces, la fuente habría perdido credibilidad, pues era conocido que existían ciertas tiranteces entre la Casa Blanca de Nixon y el FBI de Hoover. Felt se consideraba digno sucesor de Hoover, a efectos prácticos lo era. Sin embargo, Nixon designó a Patrick Gray, uno de sus fieles colaboradores, como director del FBI.

Puede que Woodward tenga razón y sea secundario el saber si estas circunstancias guardan relación o no con el hecho de que Felt se convirtiera en la fuente secreta del Washington Post. De lo que no hay duda es que la historia hubiese sido diferente si el nombre de Garganta Profunda hubiese salido a la luz durante la investigación.

El compromiso adquirido con las fuentes debe ser tan importante para el periodista como la información que recibe.